AURORAS BOREALES
Premio de poesía Amatista Ciudad de Coín año 2000.
Editado en 2001
I
Solemnes, han respetado tus labios
las transparentes lágrimas que brotan
de mis asombrados ojos. La boca,
que gusta de la sedosa terneza,
comparte con esta naciente luz
el dulce y clamoroso despertar.
Cuántas horas en sombra adormecida.
Ay mis noches sin tus largas caricias.
Ay cómo escapaba mi oculto seno
de tu boca. Las impacientes manos
escalaban las cimas del misterio.
Oh, cristales empañados, ¿qué habéis
hecho de las claridades tempranas?
¿De las perladas aguas? ¿De la nieve? ...
Abridle paso al aire perfumado.
II
Entre mis labios temblores de miedos.
Mis ojos desbordando las sorpresas
y un asombro inquietante entre las manos.
Ay, entre tus sendas, estrellas vivas.
Luceros tuyos, ignorados siempre.
Pobre carne dolorida, ajena
a los dulces misterios ofertados.
Ay, horas derramadas sobre el tedio.
Cuántas falsas misericordias sobre
la inútil batalla. Ay, la esperanza
tronchada por la inesperada aurora.
Qué de palabras con furia mordidas
en el oscuro silencio nocturno.
¿Dónde la dulce gema translúcida
ha de esconder su belleza radiante?
III
Etéreas las caricias de tus yemas
sobre el helado mármol de mi piel.
Borda tu boca encendidos lunares
en los recodos fríos de mi cuerpo.
Cómo quema tu ascua en las colinas
yermas, entre los páramos deshechos.
Late el pulso anheloso ante el rumor
que anuncia de la lluvia la llegada.
Oh, dioses, qué hermosa la ardiente cumbre.
Qué bellas las auroras boreales.
Qué gozosa la cadencia del agua
que por mi cuerpo fresca se desliza.
Ay, la eterna punzada victoriosa
hendida en lo profundo de mi vientre
que en los brazos de Dios me precipita.
IV
La fuerza arrolladora de tus labios
y el ardiente coraje de tu hombría
han rendido, al fin, mis desencantos
y han templado mi rebelde actitud.
He sentido con fuerza palpitar
mi sangre, de placer estremecida,
y he mordido feliz tu dura boca
que a la mía besaba con pasión.
Aunque las olas de mí te alejasen,
permaneceré vestida de lirios.
Por siempre frescas estarán las rosas
prendidas por tu amor en mi cintura.
La aurora envuelta en tembloroso nácar,
firmó, con la dureza de mis pechos,
el nuevo resurgir de la mujer.
V
El día en que mi cuerpo dividido
se abra, como rosa desbordada,
ante el ardiente y hermoso castigo...
El tacto ya imagina las delicias
que la carne soñada le depara
y cavila en esquivar a la roja
estela que de las esencias mana.
¡No! ¡Otra vez no! No quiero tener
el vientre deshabitado. Los pechos
sin cabida. Los ojos sin ternuras.
Dormir no quiero la siesta. Dispuestos
mis oídos, que estremecerse quieren
con la dulce cadencia de tu llanto.
El temblor de tu mano diminuta
de mi pecho el latido ha de marcar.
VI
Se abulta feliz mi fecundo vientre
con el impulso perenne del verbo.
El principio eviterno se reanuda.
Se ensancha otra vez la inmortal elipse.
Yo, rendida ante nuevas emociones,
con las enternecidas manos sobre
el latido colocadas. Tú, fuerte,
expectante y alerta; ya dispuesto
para acallar el ansia y el agobio.
Todos los largos caminos convergen
en el alma viva de nuestra carne.
Misteriosa raíz inagotable
por los inmensos siglos renovada.
Ha llegado hasta mí la voz perpetua,
de la potestad absoluta dueña.
VII
Los rubíes de mis floridos pechos
se han fundido en la seda de tus labios.
Un jirón de leve niebla se posa
en las erizadas y duras cimas
de mis pequeños pezones morenos.
Qué desgarro me cruza las entrañas.
Cómo laceran los dardos mi carne.
El latir de tu boca sonrosada
que los mil alfileres han prendido,
como bálsamo sirve a mis heridas.
El aire se ha preñado de violines
y un arco iris traspasa mis senos
en el instante mismo en que tu boca
se nutre con el agua de mi aljibe.
De tus amores me rebosa el alma.
